Descubriendo la ciudad de Valencia (...y otros lugares) Impresiones paseando por...

martes, 19 de agosto de 2008

Volviendo a Londres



Con ocasión del curso PALE, que ha posibilitado que unos quinientos maestros y profesores de la comunidad Valenciana hayamos estado dos semanas en Inglaterra, unos, o en Irlanda, otros, para mejorar nuestro nivel de inglés, he vuelto a Londres, y he disfrutado una vez más de esta cosmopolita-multirracial ciudad, aunque fuera sólo por un fin de semana.

Un fin de semana sin tregua, a saco, intentando visitar por dentro algunos edificios emblemáticos que aún no había pisado, callejear otros barrios y mercados, descubrir nuevos pubs, entrar en otras tiendas, asistir a un musical...

Muy importante para el que llega de fuera a una ciudad como Londres es el descubrir los precios especiales para moverse en ella en el trasporte público, de lo contrario ya sabemos todos lo cara que resulta.

Pues bien, nos vino de perlas la Oyster Card, una tarjeta para movernos en metro y autobús que suponía una reducción del precio de un 75%.
En tren, los grupos de cuatro personas o más tenían descuentos especiales sustanciosos.
Por otra parte, adjuntándolos al billete de tren, existían unos vales facilitados por las mismas estaciones que suponían el 2 por 1 en entradas a una amplia variedad de espectáculos y atracciones.
Bueno, no está nada mal saber todo esto. Una se ahorra un puñado de pounds.

En visitas anteriores a la ciudad de Londres, resultó que siempre hizo buen tiempo, y paseé la ciudad con un sol radiante sobre un cielo más próximo al azul de Valencia que al gris de Asturias, salvo en una ocasión que llovió tanto que, arrastrando maleta y con las niñas pequeñas, con el agobio y las prisas por protegernos del viento, lo suyo fue mirar al suelo para asegurar el paso rápido, y para nada me dediqué a quehaceres contemplativos.

Esta vez fue diferente, y me gustó. Llovía.

Llovía, paraba de llover, llovía otra vez, daba una tregua por un rato, de nuevo llovía, así siempre. Pero me gustó. Me gustó mucho la sensación de frescor, el olor a húmedo, el color plomizo del cielo cargado de nubes amenazadoras sobre los nuevos edificios que rompen la línea del horizonte por su desvergonzada altura frente a los demás, el amarronado del Thames, el verde de los parques, el blanco grisáceo de los edificios neoclásicos, el rojizo de los ladrillos victorianos, y la infinidad de colores de la indumentaria de la gente.

Y es que había infinidad de gente por todas partes: en las calles, los mercados, en las tiendas, en las colas para sacar entradas para los espectáculos, en los bares, en los museos, en las estaciones de metro, en las de tren, en los autobuses, en las dos riberas del río, en los parques, para entrar a los edificios emblemáticos, para comprar comida take-away, para cruzar los semáforos, por la mañana temprano, a altas horas de la noche… manadas y manadas de personas, unas rápidas, otras no, unas de inconfundible aspecto vacacional y, otras , trabajadores que habitan y sufren una ciudad de tales dimensiones mientras nosotros la paseábamos en busca de nuevos rincones por descubrir y paladear, cuanto apenas, unas horas de la enorme oferta cultural que ofrece esta ciudad.

Imágenes:
*Milennium Bridge
*Vista desde London EYE
*El tiempo contra el tiempo. Dalí y el Big Ben.



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