Descubriendo la ciudad de Valencia (...y otros lugares) Impresiones paseando por...

sábado, 6 de septiembre de 2008

Nueva York, una ciudad que no duerme.



Hablando un día en el mes de Julio con un compañero sobre Nueva York, éste me dijo que cuando fue con su mujer hace unos cuantos años, el guía en una excursión les presguntó de dónde eran, y al decir que de España, el señor, con acento hispano les dijo: "ah, chicos, ustedes en Europa tienen muchas cosas grandiosas, en cambio aquí todas las cosas que tenemos son grandotas".
Ja, ja, me reí yo; pero en mi viaje a esta ciudad de Estados Unidos no he parado de acordarme de mi amigo y su comentario, porque allí todo es grande.
Éste sería el adjetivo que se podría aplicar a prácticamente todo: grandes avenidas, grandes edificios, grandes halls en los hoteles, grandes ascensores, grandes tiendas, grandes restaurantes, grandes museos, grandes raciones de comida, grandes distancias, grandes puentes, grandes vasos para beber, grandes postres, grandes parques, grandes coches, grandes paneles luminosos en la noche, grandes montones de cartones en las aceras junto a las tiendas cuando llega la tarde, grandes graffitis en barrios secundarios, grandes iglesias...todo grande, enorme, exagerado.

La ciudad de Nueva York se compone de cinco distritos: Manhattan, el Bronx, Queens, Brooklyn y Staten Island; tiene más de ocho millones de habitantes y una extensión de 780 kilómetros cuadrados. Lógicamente, con estos datos, un viaje de diez días sólo da para visitar más o menos (más menos que más) Manhattan, donde se concentra toda la actividad financiera y comercial de la ciudad, además de ser el distrito más turístico y visitado por ciudadanos de todo el mundo, al alojar la mayor parte de los edificios emblemáticos y lugares de interés que conocemos a través de los medios de comunicación, así como por sus singulares y pintorescos barrios.

El distrito de Manhattan ocupa una isla, la isla de Manhattan, conectada con los otros distritos mediante varios puentes y túneles, y está rodeada por dos ríos en su camino de encuentro con el océano, el East River y el Hudson River.

La isla mide unos 24 kilómetros de largo por cuatro de ancho, y a sus aproximadamente dos millones de residentes hay que añadir otros tantos que cada día desde los otros distritos y New Jersey entran y salen de la isla para trabajar, the commuters.

Después de estos diez días, si tuviera que explicar escuetamente, con pocas palabras, mi impresión de la ciudad, utilizaría las siguientes intentando resumir lo que me ha impactado de ella:
pluralidad cultural, diversidad étnica, rascacielos, arquitectura urbana, inmigración, diversidad lingüística, lengua hispana, capitalismo, sociedad de consumo, comida rápida, música y ritmo en los parques y plazas, grandes contrastes entre los diferentes barrios, arte importado, densidad de población, muchísima gente siempre en las calles, poca mentalidad medioambiental (lo digo por lo exagerado de las bajas temperaturas de los aires acondicionados en los espacios cerrados y por la infinidad de luces encendidas durante la noche, no sólo en los paneles de publicidad sino también en los edificios de oficinas, donde no parece que haya nadie trabajando, aunque sí, va a resultar que sí que están trabajando, mientras otros estamos de vacaciones) , limpieza en las calles, tráfico incesante, vida intensa en los parques urbanos, restaurantes y otros edificios que no cierran nunca, siempre mucha gente trabajando en cualquier parte, contínuos turnos de trabajo.


Si pienso en adjetivos, etiquetaría la ciudad de: viva, activa, multirracial, multicultural, excitante, estresante, dinámica, agotadora, incesante, estimulante, intensa, vitalista, ajetreada, integradora, amable, impactante, descomunal, colosal, heterogénea, moderna...de contrastes...en definitiva, UNA CIUDAD QUE NO DUERME.


Sin todo ello, sin su actividad, sin sus luces en la noche y sin su diversidad, no sería la misma, no sería NEW YORK.


Dejo aquí un video con rincones y recuerdos de nuestro viaje.



martes, 19 de agosto de 2008

Volviendo a Londres



Con ocasión del curso PALE, que ha posibilitado que unos quinientos maestros y profesores de la comunidad Valenciana hayamos estado dos semanas en Inglaterra, unos, o en Irlanda, otros, para mejorar nuestro nivel de inglés, he vuelto a Londres, y he disfrutado una vez más de esta cosmopolita-multirracial ciudad, aunque fuera sólo por un fin de semana.

Un fin de semana sin tregua, a saco, intentando visitar por dentro algunos edificios emblemáticos que aún no había pisado, callejear otros barrios y mercados, descubrir nuevos pubs, entrar en otras tiendas, asistir a un musical...

Muy importante para el que llega de fuera a una ciudad como Londres es el descubrir los precios especiales para moverse en ella en el trasporte público, de lo contrario ya sabemos todos lo cara que resulta.

Pues bien, nos vino de perlas la Oyster Card, una tarjeta para movernos en metro y autobús que suponía una reducción del precio de un 75%.
En tren, los grupos de cuatro personas o más tenían descuentos especiales sustanciosos.
Por otra parte, adjuntándolos al billete de tren, existían unos vales facilitados por las mismas estaciones que suponían el 2 por 1 en entradas a una amplia variedad de espectáculos y atracciones.
Bueno, no está nada mal saber todo esto. Una se ahorra un puñado de pounds.

En visitas anteriores a la ciudad de Londres, resultó que siempre hizo buen tiempo, y paseé la ciudad con un sol radiante sobre un cielo más próximo al azul de Valencia que al gris de Asturias, salvo en una ocasión que llovió tanto que, arrastrando maleta y con las niñas pequeñas, con el agobio y las prisas por protegernos del viento, lo suyo fue mirar al suelo para asegurar el paso rápido, y para nada me dediqué a quehaceres contemplativos.

Esta vez fue diferente, y me gustó. Llovía.

Llovía, paraba de llover, llovía otra vez, daba una tregua por un rato, de nuevo llovía, así siempre. Pero me gustó. Me gustó mucho la sensación de frescor, el olor a húmedo, el color plomizo del cielo cargado de nubes amenazadoras sobre los nuevos edificios que rompen la línea del horizonte por su desvergonzada altura frente a los demás, el amarronado del Thames, el verde de los parques, el blanco grisáceo de los edificios neoclásicos, el rojizo de los ladrillos victorianos, y la infinidad de colores de la indumentaria de la gente.

Y es que había infinidad de gente por todas partes: en las calles, los mercados, en las tiendas, en las colas para sacar entradas para los espectáculos, en los bares, en los museos, en las estaciones de metro, en las de tren, en los autobuses, en las dos riberas del río, en los parques, para entrar a los edificios emblemáticos, para comprar comida take-away, para cruzar los semáforos, por la mañana temprano, a altas horas de la noche… manadas y manadas de personas, unas rápidas, otras no, unas de inconfundible aspecto vacacional y, otras , trabajadores que habitan y sufren una ciudad de tales dimensiones mientras nosotros la paseábamos en busca de nuevos rincones por descubrir y paladear, cuanto apenas, unas horas de la enorme oferta cultural que ofrece esta ciudad.

Imágenes:
*Milennium Bridge
*Vista desde London EYE
*El tiempo contra el tiempo. Dalí y el Big Ben.



sábado, 16 de agosto de 2008

Hastings, o el PALE que nos unió.

Por cosa de la suerte, o porque no quise pedir ningún cambio, como hicieron otros, dado que ya me parecía ser afortunada por participar en la iniciativa de la Consellería de Educación , nunca vista antes, de organizar un curso de formación de inglés para profesores no de lengua extranjera, con estancia en Inglaterra de dos semanas incluida, y todos los gastos pagados , el famoso curso PALE, a mi me tocó como destino la ciudad de HASTINGS, al sur, junto a la playa (era que lo único que sabía).

Así, de entrada, no me sonaba de nada esta ciudad, y me convencí que era una buena ocasión para conocer el sur de Inglaterra.

Allá que fuimos los de mi grupo, en total éramos veinte; yo no conocía a nadie previamente y me llevé el ordenador y varios libros por si acaso.


De Hastings, ¿qué diré?:

Una ciudad de unos ochenta y pico mil habitantes, en la costa del condado de Sussex, en el sureste de Inglaterra, destino turístico para algunos ingleses que no salen al extranjero, con un largo paseo marítimo, al que se acerca y del que se aleja la línea de la playa por las espectaculares subidas y bajadas de la marea, dejando ésta en su retirada sobre la arena especies marinas diversas, que las innumerables y escandalosas gaviotas se afanan en capturar, y del que arranca un decrépito y en estado ruinoso “pier”, largo brazo de madera sustentado sobre una estructura de hierro, que avanza hacia el mar y que en sus tiempos de gloria, (último tercio del s XIX y primera mitad del XX) era muy frecuentado como espacio de ocio de la ciudad por jóvenes y adultos, con pubs, restaurantes, puestos de “fish and chips”, tiendecitas de regalos , casas de máquinas de juego, heladerías, salas de baile, atracciones de feria y demás negocios similares, pero que ahora da pena. De hecho, está prohibido el acceso, salvo en la parte del comienzo más próxima a tierra firme y parece, por su deshabitabilidad, entregado al oleaje del mar en espera de que algún día decidan las autoridades restaurarlo, si llegan a tiempo.

Hay también un barrio de pescadores con puestecitos para vender pescado y unas casitas típicas construidas con los tablones de barcos que servían para guardar en otro tiempo, y aún ahora, los aparejos de pesca; hay una pequeña “old town” con tiendas de regalos, ropa, comida, pubs, locales de mil cosas viejas y de segunda mano que tanto gustan a los ingleses…; en lo alto de la montaña, los restos del primer castillo normando y de piedra de Inglaterra y, desde allí arriba, las inolvidables vistas que proporcionan los acantilados, especialmente cuando la marea está alta.

La ciudad ha pasado a la historia asociada a una batalla famosa del año 1066, “La batalla de Hastings”, que supuso el enfrentamiento entre los sajones de la isla y los normandos invasores y, con la victoria de estos últimos, el fin de la dominación sajona y un nuevo período en la historia de Inglaterra bajo la autoridad normanda. Sin embargo, el choque de los ejércitos no tuvo lugar en Hastings, sino en un pueblecito próximo que, cómo no, se llama Battle.

Del curso de inglés no voy a decir nada (a buen entendedor…), pero sí quiero aquí recordar a mis compañeros, con quienes he compartido dos semanas de risas, despreocupaciones, descubrimiento mutuo, largas conversaciones sobre nuestra profesión e inquietudes pedagógicas, cansancio, sorpresas, excursiones a Londres, Cambridge, Brighton, Battle, Rye, (a Canterbury, ja, ja), los paseos por la ciudad, las cervezas, las puestas en común para acordar actuaciones con relación a la dirección de la escuela, preparación de clases, calor, lluvia, frío, más lluvia, confidencias, el agradable y confortable hotel en el que nos alojamos, las clases (¿?)…

Formábamos un equipo de lo más heterogéneo: maestros de inglés, maestros de otras especialidades y profesores de diversas materias; procedíamos de las tres provincias de la comunidad; cada uno con un nivel de inglés diferente, pero coincidiendo todos con las ganas de aprender y mejorar, y también de pasarlo bien.


Éramos una piña: hubo compañerismo, hacíamos propuestas sobre diversos aspectos y tomábamos acuerdos para actuar en grupo; por supuesto también hubo libertad para actuar individualmente en todo momento. Fue esa la combinación perfecta, la posibilidad siempre de estar en grupo y la opción de aislarse o de ir por libre cuando uno quería.

Siempre todos respetuosos, alegres, proporcionando a cachitos, poco a poco, historias de nuestras vidas, de manera que durante dos semanas nos fuimos dando a conocer y descubrimos nuestras coincidencias o diferencias en gustos, maneras de pensar, estilos de vida, decisiones cruciales con relación a nuestro trabajo, hijos, vivencias generales…, hasta que al final del viaje, a la hora de la despedida, te das cuenta que regresas con la maleta llena a reventar, no de compras en mi caso, sino de nuevos amigos que, ¡mira por dónde! he conocido en Hastings y que posiblemente las bondades del correo electrónico me permitan mantener a pesar de la distancia.

¡En fin, no hice nada del trabajo que me había llevado!!


Un abrazo a todos ellos.




martes, 15 de abril de 2008

Un viaje a Sicilia.

Con ocasión del curso sobre Nuevos recursos digitales y sus aplicaciones didácticas en el aula en el que estoy participando, una de las tareas encomendadas ha sido la elaboración de un video.

Os pido que seáis benevolentes con este pequeño video que he preparado a partir de material recopilado durante un viaje a Sicilia.


sábado, 12 de abril de 2008

Descubriendo fuentes: Fuente de Neptuno.


Fuente de Neptuno,
Giovani Antonio Ponzanelli.
(Parterre)



Originariamente esta fuente estaba ubicada junto a otras obras escultóricas de tema clásico (Diana, Venus, Apolo, Plutón y Tritón) en Patraix, en el huerto de Antonio Pontons García, canónigo de la catedral de Valencia, mecenas de las artes y empresario mercantil.
Concretamente estaba emplazada junto a la escultura de Venus en una hornacina junto a un muro del huerto.
En 1820, con fondos conseguidos por suscripción popular, las seis esculturas fueron adquiridas por el gobierno municipal y trasladadas a la Glorieta, para adornar este recién creado jardín. Poco después fue instalada en los jardines de la Alameda en una gruta artificial construída para la ocasión y, finalmente, a principios del s XX, se ubicó en los jardines del Parterre, donde se halla en la actualidad.


Aquí tenéis un detalle de cómo suena esta fuente:





Bibliografía:

-Rafael Gil y Carmen Palacios, El ornato urbano. La escultura pública en Valencia. Valencia: Ajuntament de Valencia, 2000.